Búscame y me encontrarás.
Estaba anocheciendo en la estancia “San Francisco” cuando Pancho escucha el ladrar de los perros en el patio y el relincho de uno de sus caballos atado al palenque, “el nochero”, siente, más bien que escucha, que llaman a la puerta. La abre y allí se encuentra cara a cara con un anciano de tez trigueña y ondulados cabellos largos.
-Muy buenas tardes, adelante pase mi amigo – lo invita Pancho, siempre amable y con su estilo campechano. Fue al instante que, como una especie de fresca lluvia, la serenidad y el sosiego cubría todo su ser. Algo sucedía a la vista de este anciano.
Muy entrada la noche luego de haber compartido una más que interesante charla, Pancho le ofrece un catre donde descansar en otra habitación de la planta baja y él se retira a la suya. Se despierta con los primeros resplandores del alba, como solía hacerlo siempre, prepara el fuego para calentar agua y cebar unos mates que piensa compartir con su nuevo huésped invitado.
Grande fue su sorpresa cuando va hasta la habitación y encuentra el catre sin indicio alguno que haya sido usado esa noche. Muy confundido y sin alcanzar a comprender vuelve sobre sus pasos, toma la pava y el mate y se sienta sobre una silla tejida con tientos bajo la galería, su mirada de desconcierto estaba enfocada hacia el horizonte, donde ya despuntaba el sol de un nuevo día. Recuerda en ese momento, entre mate y mate, que “el anciano” le había dicho ya finalizando su extensa charla, “búscame y me encontrarás”.
Han pasado muchos días desde aquel atardecer en que recibió a su extraño huésped, Pancho buscó y buscó y cuando alguien se le cruzaba, ante una pregunta suya la respuesta era: -Sí, conocemos al anciano, es muy viejo; uno no puede saber qué edad tiene, nadie lo sabe. No sabemos el sitio exacto donde vive. Nadie sabe exactamente por dónde anda. Sigue buscando que lo encontrarás.
Está yendo a caballo por un sendero o huella, que van creando los propios animales cuando se dirigen a las aguadas a calmar su sed. Era la tarde de uno de esos días en que el verano va dejando paso al otoño, cuando delante de sí y hacia la derecha como a unos trescientos metros divisa un rancho bajo unas sombras de higueras y paraísos, a medida que se va acercando algo le está llamando la atención, y si su vista no lo engaña, la persona que está parada en el vano de la puerta es el anciano que él había hospedado, o al menos así lo tenía en su recuerdo.
Sonriente y con voz calma el anciano le habla:
- “Hace tiempo que te estoy llamando, siempre estuve esperándote; tu corazón pide a gritos calmes su ansiedad, en tu interior mora la energía del poder sobrenatural que desea expandirse con el bien que le ha sido signado”.
El alma de Pancho se siente henchida de amor y paz al escuchar hablar así al anciano. Se arrima al palenque, se apea y ata su caballo, cuando gira hacia la puerta su vista ya no encuentra la imagen del anciano, se ha desvanecido y aunque se halla solo en el medio de esta llanura rica por naturaleza, pero a su vez indómita y salvaje, siente que una nueva energía lo invade, no encuentra al anciano, pero él está de regreso de su viaje místico. Ahora ve con más claridad lo que antes tenía por oscuridad, ha encontrado su camino. Su éxtasis es total, eleva la vista hacia el firmamento sintiendo que su dicha es infinita, sus delicadas y finas manos se alzan entrelazando sus dedos, mientras que en un acto espontáneo alcanza a expresar ¡Oh Dios mío ten misericordia!
Ve la parte en el todo y el todo en la parte, está ausente, aunque plenamente presente, va elaborando su sintonía con lo que le rodea, puede escuchar lo que le comunica el agua, logra hablar con los frondosos árboles, los paraísos que bajo su sombra se encuentra su caballo a quien mira a los ojos manifestándole su serenidad y diciéndole “compañero”.
Una sucesión de noches y días transcurren recibiendo y comunicándose con la naturaleza, toda ella se le manifiesta y él absorbe todas las ondas vibracionales, sin desearlo está siendo iniciado en su camino que le fue predestinado. El Universo ya no está allí afuera, ahora él es parte de un todo y así le es transmitido.
Un mundo que para los demás es invisible ahora Don Pancho lo vislumbra, fue testigo y partícipe de una revelación que solamente Dios pudo haber depositado en su conciencia y desde su fuente original obtuvo todo el conocimiento de lo ya creado.
Una justicia divina le es manifestada haciendo penetrar su alma en los misterios de la vida y la muerte de todo lo que existe. Ve, y comprende el porqué del hombre en la Tierra.
Angélica E. Boggia Sierra de Callegari
“En verdad, en verdad os digo que el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios”.
Jesús de Nazaret